UNIVERSIDAD DEL MAGDALENA
FACULTAD DE ESTUDIOS GENERALES
CÁTEDRA REGIÓN Y CONTEXTO CARIBE 2009-1
LECTURAS INTRODUCTORIAS
SEMANA 2
EDITORIAL REVISTA AGUAITA No. 2. Noviembre de 1999.
Observatorio del Caribe colombiano, Cartagena de Indias
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“Recuerde, me dijo una dama bogotana con evidentes muestras de afecto por el escritor, Gabo salió de un ‘pueblucho de mierda’ de la costa y fácilmente hubiera podido terminar como esos muchachos que venden gafas de sol en la playa”. No pienso que la intención del comentario fuese mala, pero si es del tipo de observación condescendiente que los bogotanos siempre han hecho en relación con la gente de la costa caribe”.
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Al día siguiente de aparecer publicado en la prestigiosa revista norteamericana The New Yorker el perfil de Gabriel García Márquez, -cuyo aparte es el epígrafe de este editorial-, escrito por el conocido periodista Jon Lee Anderson, en el diario capitalino El Tiempo del 28 de septiembre salió publicada, a cuatro columnas en la segunda página, la noticia sobre “ el mejor ‘pichón’ de medico” del país. El pichón tiene 24 años y ganó en concurso de la Asociación Nacional de Facultades de Medicina, entre 1.800 estudiantes de 28 facultades de universidades públicas y privadas. El ganador, Kalil Kafuri Benedetti, estudia en la universidad de Cartagena, de una sólida y larga trayectoria de prestigio nacional y de donde han salido otros ganadores del mismo premio en años anteriores.
Sorprendente sin embargo, la presentación de la noticia: “Tiene 24 años y a pesar de ser cartagenero, en su agenda no hubo espacio en los últimos dos años para la rumba, la novia ni, mucho menos, para los amigos”. He ahí nuevamente, nítido, destacado, el estereotipo que nos marca, cuya perversa lógica indica que las gentes del Caribe colombiano son alegres, parranderas, simpáticas, pero muy poco dadas al cultivo de la inteligencia, el conocimiento, el estudio y la investigación.
El estereotipo tiene la macabra virtud de pasar por encima de las razones y riquezas históricas de una cultura, de sus pautas de creación y desarrollo, de sus incontables contribuciones a la unidad y el desarrollo nacionales, para convertirse en comentario de calle, gracejo de científicos sociales desenfocados, pero lo más grave: convicción de la memoria nacional y estrategia estructural de discriminación, con consecuencia directas en las posibilidades del propio desarrollo costeño.
Termina el siglo XX y los medios de comunicación se han puesto de acuerdo para reconocer a Gabriel García Márquez, nacido en Aracataca, ese “pueblucho de mierda”, como el personaje colombiano de la centuria. Es Valledupar, la ciudad sorpresa del Caribe, como bien la llaman con orgullo los vallenatos, y de toda Colombia, por su exitoso proceso de urbanización planificada. Desde el Caribe colombiano las artes plásticas, la danza, la música, las letras, el periodismo, el béisbol, el fútbol, han mostrado creadores y practicantes de la más alta condición humana. Termina el siglo y dos de los cantantes pop de moda en el mundo nacieron en esta región. Un sinceano, Adolfo Mejía, está considerado uno de los mejores compositores clásicos de este siglo en el país, y un cartagenero, Guillermo Espinosa, uno de los mejores directores de orquestas del continente. Otro más, de El Carmen del Bolívar, Lucho Bermúdez, ayudó a renovar profundamente el gusto musical nacional, pese a las discriminaciones de algunos despalomados cronistas de la capital. Según la critica literaria nacional e internacional, los tres introductores de la modernidad narrativa en el país, nacieron en tres “puebluchos de mierda” de la costa, García Márquez en Aracataca, Rojas Herazo en Tolú y Cepeda Samudio en Ciénaga. Un cuarto, aún injustamente valorado, Zapata Olivella, viene de otro pueblito similar, Lorica. Un poeta bizco, nacido a fines del siglo pasado en Cartagena, Luís Carlos López, está considerado uno de los tres renovadores poéticos básicos del ingreso a este siglo que acaba, y su fama se extendió por el extranjero. Dos de las experiencias de divulgación literaria y cultural más avanzadas de los primeros 40 años, superiores al retraso capitalino, ocurrieron en la costa: la revista Voces, que incluyó, entre otros, a Ramón Vinyes, Manuel García Herreros y Enrique Restrepo, y el suplemento del diario La Nación, orientado por Clemente Zabala. Varios pintores costeños (Grau, Rojas Herazo, Cecilia Porras, Obregón, Morales, Cogollo, Barrios) introdujeron a la plástica nacional formas y sentidos.
El arquitecto que diseña la ampliación del Estado de Mónaco nació en Barranquilla, como también lo hizo uno de los más grandes empresarios del país. Un joven de 35 años nacido a orillas del Sinú obtuvo el premio nacional de ciencia en Canadá. Una geóloga nacida en la Puerta de Oro hace ciencia en la NASA. El diario Portafolio otorgó el premio al ejecutivo del año 1999 a un egresado de la Universidad del Atlántico. Si se recorren los pasillos de la banca multilateral y de los organismos internacionales en Washington, Nueva York o Ginebra encontramos hombres y mujeres de estas tierras ocupando posiciones destacadas a escala global. También han ocupado altos cargos públicos en el gobierno central, en la dirección del Banco de la República, en las cúpulas del Congreso de la República y de las Fuerzas Militares, en la administración de empresas multinacionales y nacionales. Y ninguno de ellos ha transado la esencia de su ethos caribe, su eficaz desenfado creativo, su disciplina real pero distinta por otros comportamientos que corresponden válidamente a otras culturas.
¿Porqué entonces insistir en ese falso, lastimoso y finalmente indignante estereotipo sobre la costeñidad? Se ha insistido tanto que hasta los propios costeños han terminado convencidos de ello. Contrario a lo que se piensa, el atraso regional. A pesar de las profundas deficiencias en recurso humano, no es producido por sus gentes. La academia y los centros de investigación explican- y deben seguir haciéndolo hasta la saciedad y la real transformación de este trauma, con mayor objetividad y claridad- las causas estructurales del subdesarrollo, la pobreza y la estrechez económica. Y sin quedarse allí, solamente en la exaltación de los valores. Casi siempre individuales, deben contribuir, aprovechando la inteligencia y el talento de las gentes de aquí en un sano intercambio universal, a la construcción colectiva de la sociedad del próximo siglo.
Y para construir el futuro es necesario conocer científicamente el pasado y el presente de la Costa. Conocer a los demás, reconocer las esencialidades y los lazos naturales, establecer principios básicos para la orientación de las propuestas y las acciones, contar con una masa crítica que someta a revisión viejas concepciones del desarrollo y se atreva a construir, con independencia, nuevas estructuras teóricas que desbaraten las ideas erróneas y se desprendan de ellas para lograr un cambio acelerado y sostenido hacia el desarrollo orientado al bienestar de toda población.
Sobre la base de dar y recibir en sano y enriquecedor intercambio comercial, científico, tecnológico y cultural en el que se beneficien, igualmente, todas las partes, los costeños podrán mostrar todas sus virtudes, reconocer y tratar sus limitaciones, erosionar el estereotipo, aprender de otras culturas regionales y poner las riquezas de la cultura propia al servicio del desarrollo regional y la unidad nacional.
COLOMBIA, PAÍS CARIBE
Gustavo Bell Lemus
Vicepresidente de la República. Miembro fundador del Instituto Internacional de Estudios del Caribe. Memorias del IV Seminario Internacional de Estudios del Caribe.
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Debo empezar por decir que me produce una gran alegría estar aquí de nuevo con ustedes en este gran seminario en el cual he participado desde su creación y, particularmente, saber que en esta oportunidad lo organizan las universidades más importantes de la región y el Instituto Internacional de Estudios del Caribe, institución de la cual soy miembro fundador y en la cual hemos puesto nuestras esperanzas de que actúe como instrumento que nos ayude a integrarnos más con el resto del Caribe.
Nada más propicio que este momento para hablar de un tema que me ha preocupado desde hace ya algunos años y que he compartido particularmente con Alfonso Múnera. En 1996, en una conferencia en la Universidad Externado de Colombia, me refería a la transformación radical e inquietante, por su profunda implicación, que se produjo en la definición de lo que somos al cambiar la noción geográfica de nuestro espacio. No tengo la fecha exacta, todavía trato de indagarla y eso sólo ameritaría una investigación posterior – del momento en que se produjo- pero hasta 1850, por lo menos, la cartografía de nuestro territorio situaba a la Costa Norte colombiana en el litoral de un gran mar interior que unas veces recibía el nombre de mar de las Antillas, otras de mar del Norte y no pocas veces de mar Caribe.
A esa amplia y distinta región del mundo pertenecemos desde antes del descubrimiento de Colón. Todavía a mediados de siglo pasado no teníamos ninguna duda. Sin embargo, en algún momento de fines del pasado siglo en la cartografía aparece un cambio significativo. Ya no éramos parte del mar de los Caribes sino que a las aguas de tierra firme se les empezó a identificar como océano Atlántico. Gradualmente nuestro espacio se desprendió, se fragmentó y perdimos el sentido de unidad del que habíamos beneficiado emocionalmente durante cientos de años. Para decirlo muy simplemente, dejamos de ser caribes para asumir una pertenencia al mundo Atlántico con el cual estábamos unidos de muchas maneras, pero nos desposeía de nuestra verdadera e histórica dimensión espacial, clave para entendernos a nosotros mismos y nuestra peculiar situación en el mundo en relación con otros seres humanos y otras culturas.
Por fortuna, gracias a la conjunción de algunos factores y al esfuerzo de algunas personas, de las cuales sólo quiero destacar la inmensa contribución de nuestro más grande escritor, Gabriel García Márquez, de un tiempo para acá hemos avanzado muchísimo en la reconstrucción de nuestra geografía, de nuestro mapa físico y cultural. Estamos apenas aprendiendo de nuevo la elemental noción de que esta Costa Norte de Colombia es parte integral inseparable del Caribe. Aunque sólo fuera porque los colombianos de esta parte de nuestro territorio recobráramos la noción de nuestra dimensión de seres caribes, los eventos como este seminario son de extraordinaria utilidad.
Ahora bien, sin la pretensión de convertir estas pocas palabras en una ponencia, permítanme compartir con ustedes algunas de mis reflexiones sobre por qué es tan importante para nuestra querida nación y, en particular, para quienes hemos nacido en estas tierras, tener una idea del espacio en que habitamos.
En primer lugar, porque para Colombia reafirmar su condición de país caribe, además de país andino y de país pacífico, constituye un magnifico ejercicio de comprensión de su diversidad, concepto sobre cuya difusión y práctica diaria podemos construir un mejor entendimiento entre los colombianos basados en una cultura de respeto hacia el otro que sabemos diferente. Pero, además, porque es también prerrequisito para recobrar nuestros lazos históricos con el otro Caribe.
El proceso de integración de las naciones del Caribe avanza con paso irreversible. Lenta y gradualmente, las naciones caribeñas establecen mecanismos, crean instrumentos, discuten políticas de acercamiento para conocerse mejor unos a los otros. Tímidamente, pero sin dar marcha atrás, se establecen nuevos comercios, se exploran nuevas rutas para la comunicación y se empieza a hablar ya de mercado y economía únicos. En realidad es todavía un sueño, pero no muy alejado del que parece ser el destino final del Caribe: integrarse cada vez más. Colombia, por supuesto, no puede estar de espaldas a este proceso. Juega y deberá jugar un papel cada vez más importante en la creación de un Caribe cada vez más integrado por el comercio, por las comunicaciones y, ante todo, por la cultura.
En segundo, lugar, porque para los costeños, qué duda cabe, tener certidumbre de nuestra pertenencia al Caribe tiene incalculables ventajas y repercusiones positivas de las que voy a mencionar sólo algunas: Quiero empezar por una afirmación que espero que estudios posteriores permitan enriquecer con más detalles: es el mar Caribe donde los hombres y mujeres de la Costa hemos celebrado la mayor parte de nuestros negocios. Así, nuestros períodos de prosperidad están determinados por momentos de auge en el comercio con los países del Caribe. Sirva de ejemplo el boom ganadero de finales del siglo pasado y de principios del presente. Sin mayores temores, con la audacia que envidiamos hoy, los ganaderos del Caribe colombiano viajaron a Cuba, a Panamá y a otras de las muchas islas del Caribe a vender sus productos, y a fe que lo lograron; abrieron los mercados caribeños y le permitieron a la Costa unos años de progreso que, lamentablemente, por razones que no viene al caso detenerse a explicar aquí, no pudimos sostener.
Pero hay otro aspecto de mucha trascendencia también, del que quiero hablar así sea brevemente. Me refiero a nuestra necesidad de encontrar unas raíces y a nuestra búsqueda de identidades; ambas preocupaciones parecen ser naturales a todos los pueblos y parecen estar inmersas en el deseo de las gentes de organizar y codificar su experiencia pasada y colectiva al mismo tiempo que echar las bases de sus futuras aspiraciones. Reconstruir la identidad caribe de los siete millones de colombianos que habitan esta extensa región del país, será el punto de partida de una prosperidad y de un desarrollo concebido en términos más humanos. El conocimiento de su propia historia del pueblo caribe les permitirá, nos permitirá, tener una noción de nuestra grandeza pasada, de nuestros errores pasados y presentes, y fortalecerá nuestros vínculos. Entonces, y sólo entonces, estaremos listos para la conquista del próximo milenio.
Nuestros destinos de pueblos caribes se hallan tan entrelazados que hemos perdido la capacidad de darnos cuenta. El Libertador Simón Bolívar dos veces huye: la primera desde Caracas y la segunda desde Cartagena. En ambas se refugia en las islas del Caribe, de donde sale de nuevo fortalecido: la primera vez, en Jamaica, en donde escribe su célebre carta y, la segunda, en Haití, en donde recibe la ayuda necesaria para reconstruir su ejército, que posteriormente liberaría estos pueblos.
Estos son hechos conocidos de nuestra historia, pero pocos saben que además del Libertador muchos de los patriotas de la Independencia y de los caudillos de los ejércitos del siglo XIX recalaron en algún momento de sus vidas en las islas del Caribe. El general Nieto, por ejemplo, escribió y publicó su Geografía histórica y estadística de Cartagena en Kingston. Qué curioso que el primer texto republicano escrito sobre la geografía del Caribe colombiano, se escribiera en Jamaica.
Podría extenderme en este punto y hablar de cosas mejor sabidas y estudiadas por la mayoría de ustedes. No resisto, por ejemplo, la tentación de convocar aquí la música y la comida; cuántos ritmos y sabores compartidos por siglos a pesar de las barreras políticas, económicas y lingüísticas.
Nos están haciendo falta, sin duda, en este campo de la cultura, más estudios comparativos. Por ejemplo, de dónde nos viene esa cierta manera de ser que juega a la intrascendencia, a la aparente liviandad, como técnicas aprendidas de quién sabe de qué antigua sabiduría para defenderse contra la infelicidad.
Hay también otras áreas del conocimiento donde necesitamos conocernos mejor para trabajar en cosas comunes. En Barbados, en Jamaica y aquí, en Cartagena y Barranquilla, tenemos laboratorios de investigación de notable desarrollo científico trabajando en estudios biogenéticos, en temas vitales para nuestra población, como los estudios sobre el asma tropical que de forma creciente daña cada vez más a nuestros niños. Pero lo fantástico es que aquí tenemos excelentes relaciones con los laboratorios de Europa y hasta de Asia, pero casi ninguna con nuestros vecinos del Caribe que comparten nuestras preocupaciones.
En esa dirección tenemos que avanzar. Por eso quiero confesar una vez más mi complacencia con este Seminario Internacional de Estudios del Caribe, que nos ha permitido reunir por cuarta vez en Cartagena a un grupo de excelentes investigadores, escritores, artistas e intelectuales en general, en la provechosa labor de compartir sus creaciones.
Ojala en el 2000 podamos invitar a nuestros vecinos países del Caribe de habla inglesa, francesa y holandesa. Estoy seguro de que lo podemos hacer y al hacerlo, convertirnos en un gran centro de reflexión sobre la vida en el Caribe.
UNA CATEDRA PARA ENTENDER EL CARIBE: SUPERAR LOS ESTEROTIPOS
2006. Alberto Abello. En: El Caribe en la nación colombiana. X Cátedra Anual de Historia Ernesto Restrepo Tirado. Museo Nacional de Colombia y Observatorio del Caribe colombiano, Bogotá.
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Yo nací y crecí en el Caribe. Lo conozco país por país, isla por isla, y tal vez de allí provenga mi frustración de que nunca se me ha ocurrido nada ni he podido hacer nada que sea más asombroso que la realidad. Lo más lejos que he podido hacer es trasponerla con recursos poéticos, pero no hay una sola línea en ninguno de mis libros que no tenga su origen en un hecho real.
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ[1]
En mayo de 2005 se celebró en Cartagena de Indias la 37º Conferencia Anual de la Asociación de Historiadores del Caribe. En ella uno de los historiadores caribeñistas se extrañaba porque era la primera vez que la Asociación se reunía por fuera del Caribe. Los estudios sobre el Caribe nacieron entre las ciencias sociales, en Francia e Inglaterra, al mediar el siglo pasado y para la comunidad académica de aquellos países el Caribe se reduce a sus territorios de ultramar, las Antillas (Mayores y Menores); el Caribe continental y particularmente el de Colombia, les resulta invisible.
El reconocido escritor cubano Antonio Benítez Rojo señala que la historia del Caribe, “es en buena medida la historia de la plantación en el Nuevo Mundo”. La plantación comercial esclavista de la colonia marcó de manera indeleble la estructura y la cultura de las sociedades donde se asentó. Dinamizó las economías, construyó sociedades jerarquizadas y segmentadas y estableció una relación particular entre la metrópoli y los territorios de ultramar. Casi siempre cuando se piensa en la historia colonial del Caribe, se piensa obligatoriamente en la plantación. Sin embargo, el Caribe de la Colombia actual no tuvo plantaciones como las que caracterizaron la región después de la “revolución azucarera” de Barbados a mediados del siglo XVII. Así que uno de los fenómenos que ayudan a definir ya caracterizar el Caribe, no existió en el Caribe de Colombia. Un tema que aún no resuelven los historiadores colombianos[2].
En el siglo XIX, el capitán de la marina estadounidense Alfred Mahan escribía: “Nuestro propio país no puede hacer otra cosa que lamentar y resentir cualquier estipulación formal que obstaculice la supremacía de su influencia y control sobre el continente y los mares americanos”[3]. Mientras el naciente imperio anunciaba su interés estratégico en el mar Caribe y sobre el istmo de Panamá, en Bogotá los distantes gobiernos centrales eran impotentes para establecer la autoridad y la defensa de la provincia más importante en la geoestrategia global. Así, con la secesión de Panamá en 1903, el Caribe de Colombia inició el siglo XX amputado. Con la pérdida de Panamá se perdieron también muchos de los vínculos de la costa continental con el resto del área del Caribe.
En las escuelas colombianas aún enseñan a los niños que Colombia limita por el norte con el Océano Atlántico y cuando de fronteras se trata, solo se citan las fronteras terrestres con Venezuela, Brasil, Perú, Ecuador y Panamá. Colombia tiene, sin embargo, 1600 Km. de costa, más de medio millón de km2 del territorio del Mar Caribe y comparte fronteras marítimas con Venezuela, República Dominicana, Haití, Jamaica, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá. Se llama a la costa, costa Atlántica (nunca costa Caribe), y solo cuando por los medios de comunicación aparece una noticia sobre la demanda nicaragüense ante la Corte Internacional de La Haya, el país recuerda la existencia de esa frontera marítima. En el mapa de Colombia que los colombianos tienen en su mente, no es imaginado ese mar Caribe que incluye a Colombia en un área geográfica diferenciable del mundo y que le permite compartir una historia con los territorios insulares y continentales que la conforman.
Recientemente, el Departamento Nacional de Planeación publicó, a manera de propuesta para discusión, el documento que contempla una visión de Colombia en el 2019[4], con el cual se produjo el último de los des-encuentros entre la nación y la región Caribe. Se esperaría que en una visión de futuro del país existiera una clara política de Estado para hacer del Caribe colombiano una de las regiones estratégicas en el desarrollo de Colombia; sin embargo, el papel de la región no ha sido contemplado pese a los acuciosos estudios acerca de su rezago económico y social. En un país de regiones como el nuestro correspondería que esa visión nacional partiera precisamente desde las regiones; que fuera resultado de la amplia, democrática y respetuosa participación de ellas. Nada de eso ha ocurrido aún y ante las fuertes reacciones suscitadas en el Caribe, al preparar la versión final del documento se le quiere agregar “lo regional”. Así, al terminar el primer quinquenio del siglo 21, se piensa en el Caribe de Colombia, así como las demás regiones con las que se conforma la rica diversidad nacional, como una simple adenda, para acallar las quejas de la provincia.
De ahí la importancia de este evento académico. Es muy significativo que el Museo Nacional de Colombia realice la décima edición de su Cátedra Anual de Historia para explorar el papel del Caribe en la nación colombiana. Esta es una de las regiones más estudiadas del país por parte de académicos e investigadores, cuyo trabajo ha permitido que se conozca más y se establezcan las bases para su desarrollo. El Museo, en asocio con el Observatorio del Caribe Colombiano, ha querido hacer precisamente en Bogotá, para su apropiación social, una muestra de ese nuevo conocimiento producido por la academia y que ha de contribuir, estamos seguros, a cambiar la invisibilidad internacional, a dibujar un nuevo mapa mental de Colombia que incorpore su mar y las culturas caribes. Que esta región sea tenida en cuenta por quienes toman decisiones de política pública.
Investigadores del interior del país y del extranjero y desde las más variadas disciplinas de las ciencias sociales, han realizado notables contribuciones a este nuevo conocimiento. Esta Cátedra es, precisamente, un encuentro entre investigadores oriundos del Caribe e investigadores vinculados a universidades capitalinas.
La región se enfrenta a la persistente utilización del falso estereotipo de la costeñidad. Con la expresión “costeño tenía que ser”, se identifica al habitante de la región como parrandero, simpático, alegre y en muchas ocasiones, malandro, pero muy poco dado al trabajo, al cultivo de la inteligencia, el conocimiento y la investigación. Sin embargo, los estudios han recalcado que las causas del atraso social y económico de la región no están en sus gentes. La riqueza intelectual y cultural, así como el talento de este pueblo contradicen el sambenito de que la flojera es la causa de su débil desarrollo económico. Esta Cátedra es una invitación a conocer y entender el Caribe colombiano superando las visiones de los estereotipos reduccionistas y simplificadores, que derivados de concepciones fijas e inmóviles de las identidades se pueden convertir en instrumentos de manipulación política. El estereotipo, lo hemos dicho desde la revista Aguaita, “tiene la macabra virtud de pasar por encima de las razones y riquezas históricas de una cultura, de sus pautas de creación y desarrollo, de sus incontables contribuciones a la unidad y el desarrollo nacionales, para convertirse en comentario de calle, gracejo de científicos sociales desenfocados, pero lo más grave: convicción de la memoria nacional y estrategia estructural de discriminación, con consecuencias directas en las posibilidades del propio desarrollo regional”.
Poco a poco se han ido desmontando falsas concepciones sobre el Caribe enquistadas en el imaginario nacional y aupadas desde el poder central por las elites andinas. Hace solo sesenta años un alto funcionario llegó a decir que las culturas inferiores de las llamadas gentes de tierra caliente solo daban origen a productos inadaptables. Y esos productos inadaptables fueron incorporados a las múltiples identidades de los colombianos. A Bogotá fueron llegando las músicas estridentes y las danzas de salvajes, también esos escritores de puebluchos miserables, como le diría una distinguida dama bogotana al periodista John Lee Anderson al referirse al escritor de Aracataca. También llegó una nueva paleta para enriquecer la plástica nacional, Grau con su mulata cartagenera (símbolo de esta Cátedra) y más tarde Cecilia Porras abriendo en 1957, con Botero yRamírez Villamizar, la colección de arte colombiano del Banco de la República. También fueron llegando beisbolistas, futbolistas y boxeadores.
En su libro sobre imaginarios urbanos, Bogotá imaginada, el semiólogo Armando Silva confirma que la capital de la República se ha “caribeñizado”. La ciudad gris de hace unas décadas ahora se percibe amarilla, baila vallenato, ama a Carlos Vives, lee a García Márquez, reconoce a Obregón, adora al Pibe Valderrama y come arroz con coco. Chévere pasó a ser una expresión nacional. Después del concierto en el Campín para celebrar el último aniversario de la fundación de Bogotá un joven javeriano de primer semestre escribió a su padre “lo mejor de un evento que celebraba el cumpleaños de Bogotá fueron los costeños, y hubo cumbia y hubo acordeón”.
Pese a la marginación, la subvaloración y la desconexión con el interior del país, en el Caribe se renovaron y modernizaron las letras, los ritmos y la plástica. Mientras desde las cumbres del poder se despreciaban las manifestaciones populares, allí la cultura popular y el estrecho contacto con el ambiente se convertían en la savia de la creación transformadora. El canto a los trabajos campesinos, los instrumentos indígenas y africanos, el acordeón europeo interpretado por hombres sencillos, las historias de la gente narradas de boca en boca, los cuerpos voluptuosos de los mulatos, la vida animal, los paisajes marinos, todo esto sirvió de inspiración. Pero nuestros renovadores, siempre con los sentidos abiertos, estuvieron pendientes del mundo; que las Big Bands, que el cubismo, que Faulkner, que las experiencias y las expresiones universales.
Sonidos nuevos irrumpieron en las emisoras y se coleccionaron en acetatos. Los cachacos aprendieron a bailar. Cargados de humanismo los bárbaros costeños hicieron una revolución —como afirma Jorge García Usta— en la literatura colombiana y Gabo como parte de ellos remató con el Nóbel para convertirse en el más universal de los colombianos. Apasionados y vitalistas llenaron de color lienzos e introdujeron la luz del Caribe a la plástica nacional. Rompieron los moldes y a pesar de esas viejas concepciones arraigadas en el imaginario nacional convirtieron a la sociedad caribeña en protagonista de los procesos culturales que ocurren en el territorio colombiano.
Los estudios han demostrado también que las causas del actual estado de cosas (pobreza, rezago en las coberturas de servicios públicos frente al promedio nacional, disminución de la actividad productiva, desempleo, falta de oportunidades para sus habitantes) están en buena medida por fuera de los límites geográficos de la región.
A la región no le ha ido bien con los “viejos” y “nuevos” modelos de desarrollo, lo que hace más exigente la búsqueda de “fórmulas” para su futuro. Los efectos de la globalización económica han sido contrarios a los esperados. Se anunció que la región sería la más beneficiada por la reestructuración de las políticas públicas expedidas en la década pasada, defendidas y aplaudidas muchas de ellas por líderes regionales en su momento. Ahora, en medio de la nueva frustración, se observa como campean la pobreza y la miseria, medida por el nivel de ingreso de sus habitantes, en medio de una profunda crisis humanitaria.
Que el desarrollo de la región está íntimamente ligado al desarrollo nacional y, por lo tanto, un nuevo proyecto de nación deberá romper los frenos a la prosperidad del Caribe, son ideas que el debate académico empieza a aclarar.
Pero si bien podemos decir que una nueva era de estudios y publicaciones sobre la región se adelanta desde mediados de los ochenta del siglo pasado, también hay una mayor identificación y pertenencia con el Caribe, y desde mediados de los noventa se promueve con cierta fuerza la propuesta de redenominación de Costa Atlántica por Caribe colombiano. Esta cátedra hace parte de esa oportunidad de comprender a Colombia como país y como territorio caribe, compartiendo pertenencias e identidades en una Colombia también andina, orinocense, amazónica y latinoamericana.
Las ciencias sociales son las protagonistas de este auge del conocimiento sobre la región, sin embargo, los primeros intentos de averiguar por su historia y esencialidades los encontramos en algunos pensadores de la independencia nacional que escribieron incontables ensayos y artículos de prensa, no sólo para batallar por la causa suprema de aquel tiempo, sino para preguntarse por las características del hombre y la vida de la región y por sus reales posibilidades de desarrollo. Allí hay material valioso, controversial y fecundo de lo que puede considerarse una génesis del pensamiento sobre nuestra región.
La modernidad vendría por los caminos del arte, y yo diría por reacción, aún limitada en sus alcances, ante los primeros esfuerzos sociológicos centralistas por encasillar la región dentro del estereotipo falaz que la ha venido condenando.
La obra de Luís Carlos López, ese extraño, austero y formidable bizco costeño de nuestras letras, retrata un ambiente aldeano y decimonónico, cuya elite, de espaldas a la realidad atroz, seguía jugando a enmascararse en el hábito europeo.
López fue, en su especial manera, un hombre del. Caribe, un hombre, como él diría, anfiscio que, simultáneamente, reía hacia fuera ylloraba hacia adentro. En ese llanto metafórico de López está el lamento de un veedor profundo de las condiciones de la vida urbana, por su inmovilidad y su atraso patéticos. Tal vez sea esa la razón para que también García Márquez asegurara que “los costeños somos la gente más triste del mundo”[5]y para que Héctor Rojas Herazo, el sabio toludeño, escribiera: “en nuestros pueblos del Caribe colombiano se desarrolla un vivir silencioso, pero henchido de una imprevisible velocidad. Nos queda la impresión de que el hombre y la flor se consumen en sus instantes. El hábitat, dura menos que el habitante. En esas casas de techo de palma y paredes de boñiga de vaca el hombre corriente tiene una visión más aguda de la fantasmalidad de la vida. Por eso su forma de concebir la canción y ejecutar el canto es rítmica, internamente rítmica, pero triste. Los pobladores, nos sigue pareciendo, amanecen en la plenitud de su infancia y la noche los sorprende marchitos. La música regional -en apariencia vivaz y alegre- es en el fondo lenta, macerada, henchida de dramática reflexión. Hablamos del Caribe profundo. Del que nada tiene que ver con la publicidad turística ni con la alharaca estereotipada. De ese Caribe que, en todo sentido, es producto del sol y compañero de la noche”[6].
En sus múltiples expresiones como periodistas, indagadores y comentaristas de la realidad regional, Manuel Zapata Olivella, Héctor Rojas Herazo, Álvaro Cepeda Samudio y Gabriel García Márquez no fueron nunca observadores aficionados y superficiales henchidos de tropicalismo, sino que hicieron un esfuerzo integral de inteligencia, sensibilidad e información para desentrañar los rumbos, los rasgos, los desencantos y las esperanzas de la región. En la lista de pioneros del conocimiento tampoco se puede desconocer a Luís Eduardo Nieto Arteta, Orlando Fals Borda, Clemente Zabala, José Félix y Alfonso Fuenmayor.
Así, la mezcla de elementos supera lo ordinario: una naturaleza excepcionalmente dotada, una marginalidad extrema y una pobreza creciente no impiden que el Caribe sea, al mismo tiempo, la cuna de un pensamiento nuevo y renovador en los más diversos ámbitos humanos y un permanente contacto con lo universal.
Más allá del desarrollo desigual de sus subregiones, más allá de las diferencias menores de temperamento, de cultura y de historia, que confirman, por el contrario, la extraordinaria diversidad de esta unidad, más allá de esto, muchos otros elementos esenciales han tejido una compleja y verdadera red de identidad regional, han creado un mundo singular que es estudiado, después de sus radiantes y pioneros escritores modernos, por una creciente legión de economistas, historiadores, antropólogos, sociólogos, escritores, artistas y políticos.
Con el conocimiento de esta nueva legión se abre esta Cátedra que se preguntará por el legado de los pueblos prehispánicos del Caribe, elpoblamiento y la transformación histórica de su configuración como región, los aspectos polémicos de esta región fronteriza, los orígenes de las contradicciones entre la nación y la región, y ofrecerá reflexiones sobre elordenamiento social, los aportes de sus habitantes y los procesos renovadores allí originados que irrumpieron en el ámbito nacional durante el siglo XX, muy a pesar de la subvaloración que de sus culturas hacia la tradición centralista y europeizante heredada de la regeneración.
POBLACIONES O PRESENCIAS ÉTNICO-RACIALES: LO QUE LA AUSENCIA DE UNA PERSPECTIVA NACIONAL PUEDE DECIR.
2006. Claudia Mosquera. En:El Caribe en la nación colombiana. X Cátedra Anual de Historia Ernesto Restrepo Tirado. Museo Nacional de Colombia y Observatorio del Caribe colombiano, Bogotá.
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Contra las narrativas hegemónicas y folclorizantes
Por último deseo manifestar que esta sesión me hizo reflexionar acerca de la imperiosa necesidad de reconstruir narrativas hegemónicas y folclorizantes para la comprensión del Caribe contemporáneo. Los artistas del espectáculo contribuyen en gran parte a su mantenimiento “…como todos los costeños, los que nacimos a la orilla del mar Caribe, somos muy sensitivos, perceptivos, sensibles frente a la vida y al dolor, a la música, además somos muy tranquilos, espontáneos y dicharacheros” (Coronel, 2006:60)1. Habría que preguntarle a Juan Carlos Coronel si está enterado de que en ese Caribe se han cometido masacres de una enorme crueldad por parte de paramilitares y guerrilla.
Deberíamos dejar de insistir en nuestro carácter pacífico, tranquilo, y “bacano”, cuando el fenómeno paramilitar se tomó el Caribe convirtiendo a la región en un lugar privilegiado para desarrollar un proyecto político-económico y muchos de sus líderes no son precisamente “cachacos”
En un artículo de prensa publicado en El Espectador, el cual dicho sea de paso, no mereció muchas respuestas por parte de la intelectualidad costeña, y como decimos allá “el que calla otorga”, Alejandro Gaviria polemizaba con Armando Benedetti Jimeno sobre la narrativa del “excepcionalismo” caribeño. El economista criticaba con razón, el marcado “esencialismo” que existe tanto en ámbitos académicos como no académicos para hablar del Caribe colombiano, en especial por parte del barranquillero, para quien el aumento de la violencia en su amada ciudad era un signo de que la Costa Caribe se había contagiado de la violencia del interior. Gaviria escribió que “al fin y al cabo, el aumento de la violencia en Barranquilla echa al traste la creencia inveterada según la cual la Costa Caribe está sociológicamente vacunada contra la violencia”. Ya hace más de cuarenta años, en su célebre estudio sobre la violencia en Colombia, Orlando Fals Borda aducía la tesis del “excepcionalismo” costeño: “debe tomarse nota de la esporádica aparición de la violencia en la Costa Caribe, donde sus gentes mulatas y negras (y en parte mestizas) pudieron defenderse fácilmente del contagio, gracias quizás a su naturaleza abierta, franca y amigable, y a su gran virtud de la tolerancia” (Gaviria, 2004:7)2. Y por si quedan dudas, dice Gaviria, Fals Borda insistía sobre la misma tesis 300 páginas más adelante:”los factores que impidieron al costeño caer víctima de la violencia están imbuidos en su cultura y su personalidad. La revolución industrial y comercial de Barranquilla parece que le abrió horizontes muy amplios, alejados del mundillo cerrado y fanático de las comunidades andinas” (Gaviria, 2004:7)3
De la misma forma Gaviria en la ya mencionada columna dice:”pero la realidad parece (una vez más) contradecir el mito”. Y no sólo en el tema de la violencia (recordemos que Gaviria es un cuantitivista de “racamandaca”), por ello ataca el mito con cifras: “quien se iba imaginar, por ejemplo, que las adolescentes costeñas son las más castas del país. Según las cifras de la Encuesta Nacional de Demografía y Salud, el porcentaje de mujeres entre los 15 y 19 años que tiene relaciones sexuales de manera regular es del 27% en la Costa Caribe, 42% en la región oriental, 44% en la región central y 47% en Bogotá. O quien iba a creer que las relaciones entre vecinos no son especialmente amigables en este reino de la tolerancia. Según la Encuesta Social de Fedesarrollo, el porcentaje de personas que reporta que las relaciones con sus vecinos son de confianza y solidaridad en el mismo en Cartagena que en Ibagué y en Barranquilla que en Manizales” (Gaviria, 2004:7)4.
Desde otra orilla, Guillermo Serrano, decano (e) de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Tecnológica de Bolívar, escribió con un interesante desparpajo en el suplemento Contraste, de la misma Universidad su desconcierto entre las representaciones sociales de ser costeño y lo que ha encontrado en su experiencia de bogotano que cumplió el sueño de vivir en una ciudad al frente del mar: “la imagen nacional del costeño se elaboró a partir de la música tropical, las historias de García Márquez (y García Márquez mismo), así como de la experiencia vacacional de los visitantes del interior. Con esta base se modeló un arquetipo de hombre caribe bebedor de ron, rey de una hamaca, y gran conversador; una especie de sabio buda tropical con chanclas y camisa de flores, que es fanático del Júnior y baila “arrebatao” en el Carnaval; ser de sueños, que además, encarna un alma poética desde su estrecha relación con el mar, el placer, el baile, y el poder del ritmo cadencioso del español que se habla en el Caribe (Serrano, 2005:3)5. Me interesa mostrar lo que dice el profesor Serrano que no encontró: “al rey de la hamaca con camisas de flores. Ha visto en cambio, que la gente que se rebusca la vida en la playa, los pescadores, los trabajadores de los hoteles, los obreros de las fábricas, los taxistas, y moto taxistas, y la ciudadanía en general no sólo trabaja sino que lo hace mucho, desde muy temprano en la mañana hasta muy tarde en la noche, y no he conocido aquí sino bogotanos o tolimenses que hacen siesta al medio día. (Serrano, 2005:3)6
Me uno a estas voces de “cachacos” que pueden parecer disidentes. De manera casi militante creo que no podemos seguir recreando narrativas que aunque en el pasado nos ayudaron a afirmarnos, a diferenciarnos y a sobrevivir como cultura frente a la incomprensión del centro andino, y de otras regiones del país, hoy el mito del “excepcionalismo” costeño poco nos sirve para posicionarnos frente a los Objetivos del Mileno: erradicar la pobreza extrema y el hambre; lograr la enseñanza primaria universal; promover la igualdad entre los sexos y la autonomía de la mujer; reducir la mortalidad infantil; mejorar la salud materna; combatir el Sida, el paludismo y otras enfermedades; y garantizar la sostenibilidad del medio ambiente. Porque contrario a lo que dice el “Pibe” Valderrama, nuestro adorado icono del fútbol nacional de los últimos años, en su ya célebre “todo está bien, todo bien”, en el Caribe contemporáneo no todo está bien y espero que el Informe de Desarrollo Humano que se adelantará en el año 2006, nos lo demuestre con cifras. Por ahora el Informe “Las regiones colombianas frente a los objetivos del Milenio”, muestra datos preocupantes para la Región Caribe; es así como en el 2003 departamentos de la Costa Caribe colombiana se ubicaron por debajo del promedio nacional de IDH (Índice de Desarrollo Humano) que fue de 0.780. Bolívar registró 0.762; Cesar, 0728; Córdoba, 0728; Guajira, 0764; Magdalena, 0735; Sucre, 0.727. La excepción fue Atlántico con 0.784. Córdoba y Sucre aparecen como los departamentos con mayor desnutrición de infantes menores de cinco años en el país. En estos departamentos 12 de cada 100 niños presentan peso moderado y severamente insuficiente.
En el corazón el proyecto narco-paramilitar de la Costa Caribe, patio trasero de los “paisas”, me refiero a Córdoba y Sucre, se registran los niveles de pobreza más altos de la región y del país. A nivel nacional los sobrepasa el Chocó. En educación la región presenta avances, la tasa de analfabetismo se ha reducido no obstante el indicador tasa de asistencia en educación básica arroja cifras preocupantes: en la Guajira asciende a 84.3% y en el Cesar a 83.5%. Con estas cifras en mente no podemos dejar de afirmar que el Caribe clama por una serie de políticas públicas en todos los ámbitos que nos conduzcan a la igualdad de oportunidades en este mundo globalizado, por supuesto teniendo en cuenta nuestras diferencias culturales e históricas del resto del país. El Caribe continental e insular necesita agresivas políticas publicas sociales que equilibre el lugar de desventaja que ocupan algunas presencias étnico-raciales que conforman la región como la indígena y la afrocaribeña, pues la pobreza aunque en las postales se vea bien y los turistas las compren, es inadmisible en una región que se piensa la última arcadia del Colombia y del Gran Caribe.
BASES GEOHISTORICAS DEL CARIBE COLOMBIANO
Francisco Avella Esquivel. Revista Aguaita No. 3, Observatorio del Caribe colombiano, junio 2000, pág. 36 a 40.
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Las bases geohistóricas del Caribe colombiano: una metodología
Ahora que conocemos los hilos, es importante saber qué es lo que queremos tejer, qué región y qué nación queremos hacer. Creemos que ha sido muy difícil entender la región porque simplemente se pensó que la región era la costa, y que la costa era una misma comunidad de destino parecida a la nación. Este era como un supuesto implícito que asumían los historiadores, por lo menos de los años 80, que veían que la historia regional tenía dos relatos muy distintos de los que se aprendía en la historia patria (Fals Borda, 1986)
En este sentido, lo que parecía buscar la historia regional era superar el esquema nacional y fundar una región, como si fuera una nación. Pero rápidamente se evidenció que la historia regional, tal como estaba concebida, y se estaba desarrollando por los nuevos historiadores, no tenía las mismas connotaciones a pesar de haber producido un cambio fundamental en la visión histórica:
* había “deconstruído” “volens nolens” los mitos de unidad nacional
* y había sacado a la luz pública un “enemigo simbólico” contra el cual luchar. El enemigo que la historia patria siempre ocultó y que resultó ser el estado centralizador.
Estas visiones parecen válidas para la mayor parte de los países que han aceptado autonomías regionales. Pues sin nuevos símbolos no hay movilización y si no hay movilización es muy difícil plantear el conflicto de intereses políticos entre el centro y la periferia, cuya resolución, en teoría, es lo que permite crear las nuevas regiones con su autonomía respectiva.
Por lo tanto, otra visión para entender el proceso de estructuración regional. Esta visión la encontramos en el método de la geohistoria, que nos permitió superar dos problemas fundamentales:
* El de ver la región como un todo uniforme, cuando en realidad es sólo una parte de un conjunto complejo en el que se incluyen una gran variedad de ideas, de territorios, de propósitos sociales, políticos e ideológicos.
* El de ver la región sólo como un componente nacional, cuando en realidad se estructura cultural, ideológica, social y económicamente con una unidad más amplia como es la cuenca del Gran Caribe.
Superados estos obstáculos, es clara la tarea de entender el sentido que tienen la diversidad de estructuraciones regionales de diferencias, inclusive de oposiciones y de disputas entre los grupos que habitan el Caribe colombiano, todavía no es evidente. La visión neohistórica que explica por qué y cómo se estructuran los diferentes elementos de la construcción regional, se impone como requisito.
Para dar una idea de esta dificultad, en mi época de profesor en Santa Marta algunos compañeros no entendían por qué se insistía en lo de la región Caribe y, tengo que decirlo públicamente, yo tampoco. Se decía que la gente ya estaba acostumbrada a hablar de la Costa Atlántica, había un departamento llamado Atlántico, y demás no les gustaba que los llamaran “caribes”, pues los costeños no eran ni “indios”, ni “caníbales”.
En esa época las discusiones giraban en torno del error geográfico, pues al fin y al cabo se podría seguir llamando Costa Atlántica a la Costa Caribe, más por fuerza de señalar las cosas con el dedo que por amor a la verdad, o por un esfuerzo de conceptualización. Pero hoy lo que discutimos es el error histórico, que apenas empieza a superarse con la acción de los intelectuales, de las universidades, del Observatorio del Caribe.
En la historia de la Costa Atlántica no cabe la historia del Océano Atlántico. Esta es otra historia que sólo tiene alguna relación con la de la región (la navegación transoceánica, el dominio de las rutas marítimas, la trata de esclavos, la piratería, etc.) pero que no le da sentido a la historia de la Región Caribe colombiana.
Hoy parece necesario tomar una decisión: llamarla en todos los textos región Caribe, no sólo porque está bañada por el mar Caribe, sino porque la historia del Caribe le da sentido a la historia de los pueblos que la habitan. La Costa Atlántica no puede seguir ocultando a los costeños el Mar Caribe ni el Gran Caribe. Ni tampoco puede seguir pensando que una historia patria de corte andino –que ve al Caribe como escenario de batallas heroicas por la libertad y en el menor de los casos, como el sitio de cuatro puertos de importancia secundaria para el interior- puede hacerles entender el sentido que tienen como pueblo.
Sus raíces hay que encontrarlas en el contexto más amplio del Caribe, que incluye no sólo la Costa, sino la región Insular. Al contrario de la Costa, la historia del Caribe insular colombiano ha partido de su identidad angloafricana y siempre ha estado orgullosa de sus orígenes y de su contribución a la formación del Caribe Occidental, como lo muestra Parsons (1985), analizando la distribución de la diáspora bautista en Centroamérica, las Islas Cayman, a partir de los intercambios con Jamaica y otras partes del Caribe.
El contexto de la región Caribe colombiana, evidentemente es el Gran Caribe, con el cual, guarda estrechos lazos históricos aunque la gente no lo sepa, como lo señala Bell (1997) en el caso del Caribe colombiano y Jamaica. Con el Caribe está más ligada cultural, ideológica y socialmente, que con Bogotá, con quien sus relaciones fueron tradicionalmente políticas y económicas a través de la élite costeña que manejaba los hilos del poder, como lo describe Gilard en sus tesis (1984). Y aunque el país se ha “costeñizado” en los últimos años, gracias al vallenato y a García Márquez, la costa no ha encontrado sus raíces regionales en una historia patria, de corte básicamente centralista. No porque no la tenga, sino porque esa historia patria es de base heroica y no da cabida a los hechos cotidianos que carecen de estos tintes de nobleza.
Por ello para entender sobre qué bases está construido el Caribe colombiano, se propone trabajar sobre una o varias geohistorias, como el método más adecuado.
Pero ¿por qué la Geohistoria y no simplemente la historia y la geografía a la vez? Ya se había hecho referencia a que la historia colombiana, como toda historia no crítica, ha sido escrita como una “historia patria”, en la que la fundación de la nación se ha hecho a partir de una serie de actos heroicos que construyen la geografía histórica, es decir, la carta, el mapa en donde se inscriben los hechos fundadores. Mientras que la historia de lo que hacen la mayoría de colombianos todos los días, la historia de lo que compone la Nación, es decir de las regiones, no figura en las cartas, por ser hechos banales nada heroicos, poco significativos. Así la carta histórica de las regiones que no tuvieron hechos heroicos es una carta vacía. De este modo se presenta una ruptura entre la historia y la geografía, y cada una va por su lado.
La geohistoria, como método, permite superar esta situación ya que busca entender un territorio a partir de la historia y no a través de la historia, lo que cambia completamente la visión. Permite superar el estrecho marco del recuento de hechos, de personajes, de sucesos ocurridos en el tiempo (seguir la historia sincrónica), para privilegiar el sentido que los hechos históricos tienen en el tiempo largo, en su duración. Lo que interesa no es contar qué pasó, sino entender lo que ha pasado, a partir del tiempo (periodización) y en un espacio definido (el territorio) a través de los cambios que ha tenido la región.
Mirando el ejemplo de Braudel (1963) para el Mediterráneo, que es un texto de referencia para el Caribe, como lo entendió muy bien Arciniegas, se ver los indicios de la geohistoria como método. Pero aquí es necesario referir un hecho importante en este proceso de construir las bases para entender el Caribe colombiano y es, precisamente, el aporte, y lo que, paradójicamente, ha dado lugar a la crítica más acerba de Braudel: que después de estar trabajando 18 años sobre la historia de Felipe II, Braudel se dio cuenta en 1941, de que el personaje central era el Mediterráneo, es decir la geografía. A partir de ese momento, Braudel emplea la geografía como una manera de leer las sociedades, constituyéndola en la parte sólida de su método, es decir en lo que le permitía “fijar” los nombres.
La geografía tiene la función de valorizar los largos períodos y disminuir el peso de los personajes sustituyéndolos por un objeto espacial, en este caso el Mediterráneo, centrándolo como sujeto de la historia. “La geografía era el medio por excelencia de reducir la velocidad de la historia” (Dosse, 1987:132). Hasta el punto en que la principal crítica que se le hace es precisamente la de “…volverla casi inmóvil” (Ibid). Lo que se debe, sin duda, al gran esfuerzo de Braudel por identificar la geohistoria con la larga duración, pues consideraba que era el estudio de lo repetitivo, de lo constante a través del tiempo, y lo que estructuraba, de una manera lenta, subterránea, nada espectacular. Así, las oscilaciones lentas de la geohistoria eran realmente lo que permitían determinar el ritmo de las temporalidades, o sea la escritura de la misma historia.
Pero hoy la geohistoria busca “…analizar las realidades espaciales como componente activo de la dinámica de la sociedad”, como se puede ver en el texto de Levy sobre “Europa” (1997:3). Así, la geohistoria cambia y se vuelve un método apropiado para estudiar el movimiento y no las permanencias. Pero cuando éstas se presentan, en el método de Braudel se estudian más como casos particulares o como fenómenos de larga duración, que requieren un tratamiento específico, que como el núcleo del problema.
Estos cambios le han permitido a la geografía actual superar la etapa de definir lo inmóvil, lo fijo, para pasar a estudiar el sentido que tienen los cambios a partir de las lógicas espaciales. Por eso la lección de Levy consiste en mostrar cómo la visión tradicional de la geografía y la historia por separado o de la geografía histórica, que sólo muestra un mapa vacío, no aportan gran cosa al conocimiento de la región, pues ésta se convierte en un relato anexo o secundario de la historia patria, a la que se sigue dando la mayor prioridad en nuestros días.
Lo que nos proponemos al esbozar estas bases es más bien reconstruir a posteriori el espacio del Caribe colombiano para entenderlo como un objeto geohistórico. Por eso la pregunta central que nos hacemos es: ¿En qué momento y a través de qué bifurcaciones se opera el proceso de diferenciación que hace del Caribe colombiano una región específica?
Las respuestas de estas preguntas las vamos a encontrar si se logra desarrollar un programa de investigación en el que participen muchas instituciones, las universidades de la región, el Observatorio del Caribe colombiano, la Comisión Regional de Ciencia y Tecnología, el Instituto Internacional de Estudios del Caribe, que desarrolle y consolide las bases de una geohistoria de la Región Caribe colombiana que hoy es aún un borrador, como una actividad académica, organizada, reflexiva y permanente, a través de tesis de grado, proyectos de investigación y publicaciones periódicas.
Aspiramos a que este artículo despierte polémicas, y se inicien discusiones sobre puntos de vista que, evidentemente, comprometen sólo a su autor. Creemos necesarias otras visiones, otras geohistorias, para adelantar un debate crítico que permita saber si estamos definiendo claramente los procesos de estructuración que componen la región, para saber cómo es y cómo podría ser su devenir.
Nuestro objetivo era señalar las bases metodológicas para iniciar este trabajo que ha tenido tan ilustres predecesores. Creemos que en la Universidad Nacional, sede de San Andrés, existen condiciones para iniciar un trabajo riguroso y serio. Esperamos que se pueda desarrollar parte de esta visión “geohistórica” del Caribe colombiano, a partir de la Maestría de Estudios del Caribe, que se adelantará en asociación con el Observatorio del Caribe colombiano, la Universidad del Atlántico y la Universidad de Cartagena. Así se espera que la “caribología” no sólo siga siendo un oficio desarrollado por los ilustres historiadores y geógrafos que hemos mencionado, sino un profesión con título.
Para reconstruir esas “geohistorias” se requiere la participación de la Costa, no sólo de las tres grandes ciudades de Barranquilla, Cartagena y Santa Marta, que son sólo una parte del Caribe colombiano. Cierto, la más importante, la más poblada, la única parte activa económicamente de la región, pero al mismo tiempo la más inmóvil, la más mediatizada políticamente por el poder central y la que continúa pensando el problema regional en función de los intereses de los dirigentes políticos y de burócratas de turno.
No obstante, se requiere especialmente la participación del Caribe insular, que a pesar de su reducido territorio emergido, unos 49 kilómetros cuadrados, presenta la densidad de población más alta de todas las islas del Caribe (57.324 personas), y tiene un papel muy importante por jugar en el futuro próximo, pues representa más de la mitad de la Zona Económica Exclusiva de Colombia en el Caribe (unos 350 mil kilómetros cuadrados). Y esto es fundamental en un país que a través de la historia ha perdido la mayor parte de sus territorios, como se señaló antes. Porque estaban muy lejos, no servían para gran cosa, o simplemente por la “desidia geográfica” de no tomarse el trabajo de saber en dónde estaban, ni quiénes eran sus habitantes.
Hay que recordar que de esta “desidia” apenas nos damos cuenta. Pero si pensamos en que la Universidad Nacional saca en el año 2000 su primera promoción de geógrafos en Bogotá, y que la Universidad del Atlántico va a iniciar el montaje de esta carrera en Barranquilla, podemos pensar que el siglo XX resultó, prácticamente inexistente para la geografía profesional. Esto no quiere decir que no haya habido geografía. La ha habido y de una altísima calidad. Pero necesitamos que fuera como el Derecho o Medicina, para que conociendo profundamente el territorio, su significado y su sentido, no se hubiera tenido que lamentar ni su pérdida ni su separación. Estamos a tiempo aún de no tener que lamentar otras pérdidas y separaciones, si desarrollamos programas que permitan entender las regiones superando esta amnesia geográfica a la que se ha acostumbrado el país.
Este cambio en la visión geográfica tiene una consecuencia práctica: dejar de ser el Caribe como sólo la “costa Caribe” y empezar a entender que hay muchos más Caribes dentro de este Caribe colombiano y dentro del Gran Caribe. Extender los estudios geohistóricos a Urabá, La Guajira, el Bajo Magdalena, el Bajo Sinú y San Jorge. Olvidar que todos somos iguales, para pensar que en la región, como en todo el Caribe, lo normal es la diferencia. Aunque sabemos por la geohistoria, por el análisis de sus movimientos y sus cambios, que siguen siendo parte del mismo crisol el hombre de Cartagena, el de San Andrés y Providencia, el de las llanuras del Cesar y el de las de Bolívar y el de Urabá.
Si sólo lográramos hacer entender que los problemas de elaborar una tesis en un país extranjero –de lo que hablábamos al principio- se deben a la falta de método que permita ver la región desde su geohistoria, desde su contexto más amplio, habremos alcanzado el objetivo propuesto. No hay que olvidar que la costeñidad o la guajiridad, o la raizalidad o la insularidad, el mismo mamagallismo de García Márquez o el feeling sublime de Bob Marley, sólo se pueden entender desde la caribidad.
Tampoco olvidar que, como todo hombre, tenemos múltiples pertenencias e identidades: somos costeños isleños o raizales, también caribes y colombianos, y aunque somos distintos y cada uno, nuestras identidades no se agotan en una sola pertenencia: una costeñidad mal entendida como la que ha buscado estructurar la historia regional del Caribe colombiano ignorando, Urabá, la costa Miskitia o Panamá en el siglo pasado, es tan peligrosa como la colombianidad que se quiso imponer en el Archipiélago de San Andrés y Providencia que en estos aciagos días de fin de siglo estamos a punto de pagar muy caro.
Aún es tiempo de unir por la diferencia. Aprendamos al Caribe, creámosle a Gillard, quien no necesitaba de casi dos mil páginas para convencernos de que García Márquez fue Nóbel porque, además de su genial talento, reivindica claramente, no su “costeñidad”, ni su afrolatinidad, ni su afroamericanidad, ni su afrocolombianidad (como se ha dado en llamar a esta inmensa diversidad), sino su caribidad, su identidad caribe. Concluyamos en que la “caribología” o la “caribística”, o como la quieran llamar, si existe. No será todavía una profesión, pero pronto lo será. Y estamos seguros de que su desarrollo permitirá entender mejor este inmenso país de cuatro esquinas.
[1]García Márquez Gabriel. “Algo más sobre literatura y realidad” El Espectador, Bogotá 1 de julio de 1981.
[2]Meisel, Adolfo, “¿Situado o contrabando?”. La base económica de Cartagena de Indias y el Caribe neogranadino a finales del siglo de las luces”. En Calvo y Meisel. Cartagena de Indias en el siglo XVIII, Cartagena, Banco de la República, 2005.
[3]Alfred Mahan. El interés de los Estados Unidos de América en el poderío marítimo, presente y futuro. Bogotá, Edición de la Universidad Nacional de Colombia, 2001.
[4]Visión Colombia II Centenario: 2019.
[5]Gaceta de Colcultura, Bogotá, marzo de 1981.
[6]Héctor Rojas Herazo. “Rasgos lineales para bocetar el Caribe” En Abello Alberto y López Cecilia. Compiladores de la Costa que queremos, reflexiones sobre el Caribe en el umbral del 2000. Observatorio del Caribe colombiano, Bogotá 1998.
1Coronel, Juan Carlos. “Coronel tiene estilo”. Avianca en Revista No. 11, febrero 2006
2Gaviria, Alejandro. “El excepcionalismo costeño”. Columna semanal de El Espectador, 25 de agosto, 2004
5Serrano, Guillermo. “¿Dónde está el Caribe”?. Suplemento Contraste, mayo, 2005