UNIVERSIDAD DEL MAGDALENA
FACULTAD DE ESTUDIOS GENERALES
CÁTEDRA REGIÓN Y CONTEXTO CARIBE 2008-2
LECTURAS INTRODUCTORIAS
SEMANA 1
LA COSTA QUE QUEREMOS: REFLEXIONES SOBRE EL CARIBE COLOMBIANO EN EL UMBRAL DEL 2000. (Resumen[1])
· EL CARIBE QUE, COLOMBIA NECESITA. Cecilia López Montaño y
· CON LOS OJOS BIEN ABIERTOS. Alberto bello Vives
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EL CARIBE QUE, COLOMBIA NECESITA. Cecilia López Montaño
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CECILIA LÓPEZ MONTAÑO. Barranquilla, Atlántico. Economista. Investigadora de temas económicos, de la Universidad de los Andes y
de Fedesarrollo. Ha sido académica de varias universidades, embajadora de Colombia en La Haya, directora del Programa de Empleo para América Latina y el Caribe de la OIT, directora general del Instituto de Seguros Sociales, ministra del Medio Ambiente y ministra de Agricultura. Ha publicado estudios sobre demografía, desarrollo económico, trabajo, seguridad social, cooperación internacional, salud, agricultura, género y finanzas públicas. Su primer libro sobre la Costa Caribe colombiana La Costa Atlántica: algunos aspectos socioeconómicos de su desarrollo, fue publicado en 1973 por Fedesarrollo. Editó, junto con Alberto Abello Vives, el libro El Caribe colombiano La realidad regional al final del siglo XX, (1998), publicado por el DNP y la Corporación Observatorio del Caribe Colombiano.
Las tres ideas que surgieron con más fuerza cuando emprendí el ejercicio de imaginar la Costa que quisiera para el futuro fueron: la conciencia de que nuestra región tiene que jugar un papel definitivo en la construcción de una Colombia nueva, la necesidad de cambiar la dirigencia política y la urgencia de construir un modelo propio de desarrollo. Ello de por sí ya sugiere una imagen de la Costa que queremos alcanzar, y supone el cumplimiento de unas condiciones por las cuales tenemos que trabajar.
Hay que diseñar una Colombia nueva, y si para ello debemos aceptarlas diferencias culturales y tomar lo mejor de cada región, cabe preguntarse qué podemos tomar de la Costa, qué rasgos puede aportarle el territorio caribe a ese nuevo rostro que imaginamos para nuestro país. Existen virtudes de la idiosincrasia costeña que resultan inapreciables para ese propósito: creatividad; cierto grado de audacia; irreverencia entendida como afán de renovación; capacidad para expresar ya la vez para introyectar las experiencias; franqueza.
En esa dirección, creo que para sacar adelante a la región caribe es urgente comenzar a tejer nuevos lazos entre sectores, clases y estamentos, y esa unidad tiene que darse sobre la base de una visión común de futuro, en la que se conjuguen los intereses específicos de la zona a corto, mediano y largo plazo, con los intereses que le son comunes a toda la nación.
Para tender esos puentes tenemos que buscar una alta participación de todos los grupos que se encuentran involucrados en el desarrollo de la Costa y convocarlos para ser parte de un propósito, no por simple delegación, sino por el interés genuino de presentar un aporte intelectual, político y material a esa causa.
Hoy en día es injustificable que el veinte por ciento de la población de la Costa esté sub-empleada y que el Producto Interno Bruto percápita haya bajado hasta un 62 por ciento respecto al promedio nacional, después de haber alcanzado, en la década pasada, niveles del 75 por ciento.
Para remediar estas tendencias que amenazan el horizonte económico de la región hay que explotar, de manera inteligente y equitativa, las ventajas comparativas que han comenzado a configurarse en esta década, como son el auge de la minería, las nuevas oportunidades para la agroindustria, la piscicultura, la industria química y el sector de servicios.
Para volver a ser una zona propicia para el avance empresarial de Colombia, la Costa debe desarrollar su mercado interior de frente al país y al mundo, rompiendo, simultáneamente, el esquema extractivo y generando valor agregado en todos los frentes de la producción.
CON LOS OJOS BIEN ABIERTOS. Alberto Abello Vives
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ALBERTO ABELLO VIVES. Santa Marta, Magdalena, 1957. Economista. Ha sido asesor del Departamento Nacional de Planeación, coordinador de la Red Nacional de Bancos de Programas y Proyectos, coordinador del programa Escaribe y consultor de organismos nacionales e internacionales para los temas de planeación y estudios regionales. Fue catedrático en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, la Universidad Tecnológica de Bolívar, la Universidad de Cartagena y la Universidad del Norte en Barranquilla. En 1997 publicó el libro La región y la economía mundial. Es coautor de El Caribe colombiano. La realidad regional al final del siglo XX,(1998) y preparó el Directorio de profesionales para la investigación en el Caribe colombiano. Fonade, 1998. Actualmente es el director ejecutivo de la Corporación Observatorio del Caribe Colombiano.
Al finalizar el siglo XX, nuevas tecnologías en transporte, telecomunicaciones e informática dan soporte material al comercio y a las inversiones, estimulando la globalización de la economía y trayendo como consecuencia la más grande concentración mundial de producción y capitales, nunca antes vista. En esta época, la región caribe colombiana, que ya cuenta con más de ocho millones de habitantes, tampoco tiene fortuna. De estos ocho millones, casi cuatro millones son pobres, casi dos millones se encuentran en estado de miseria y cerca de un millón doscientos mil se encuentran en estado de indigencia.
En la Costa se observa con más crudeza la situación nacional; el atraso económico y la pobreza. La Costa es reflejo de Colombia; aquí se aprecian los resultados de un país que no culminó con satisfacción las reformas burguesas y no alcanzó a posicionarse entre las naciones industrializadas.
Aunque se dijo, que al Caribe colombiano le iría mejor con el giro hacia las políticas que conducirían a la internacionalización de la economía colombiana, ocho años después la realidad no muestra las bondades de lo que se ha llamado el nuevo modelo de desarrollo y, lo que es peor, la región se encuentra sumida en una grave crisis. Durante los noventas la economía regional crece a un ritmo muy inferior al promedio de la década anterior, presentándose años de crecimiento negativo; la industria y la agricultura han perdido participación en el producto interno bruto; el desempleo y el subempleo crecen. La industria nacional no se trasladó a la región y la Costa, no se convirtió en la región exportadora de Colombia, como se anunció. Un violento vendaval recorre la región cerrando fincas y fábricas y llevándose con él años de intentos por consolidar una base productiva.
Así como con las políticas mercantilistas la acumulación se efectuó en las naciones del centro, con la aplicación de las políticas neoliberales -que después de andar rondando por las academias desde hace décadas, sólo tomaron fuerza y adquirieron carácter de verdad universal una vez terminada la guerra fría- quienes han resultado beneficiadas han sido las enormes empresas multinacionales, mientras crece la desigualdad entre naciones y dentro de ellas.
Quiero a la Costa con los ojos bien abiertos durante el próximo siglo para encontrar el camino en medio de la oscuridad. El arribo al siglo XXI está lleno de interrogantes sobre la evolución de la economía internacional y de la llamada globalización.
Nos encontramos ante un mundo dividido. En la aldea global no todo es homogéneo. Las naciones no se encuentran en pie de igualdad y el intercambio no está basado en el beneficio recíproco. Ya hasta la misma Unctad ha advertido sobre cómo, a pesar de los drásticos controles a la inflación que se han generalizado, el pobre crecimiento y las mayores desigualdades se convierten en el distintivo de la nueva era. Una creciente concentración de la riqueza en manos de unos pocos está asociada con una inversión estancada, mayor desempleo y disminución de salarios.
Los tiempos de la globalización traen consigo nuevas estructuras de pensamiento y paradigmas de acción cuyo excesivo consenso no siempre deviene de un basamento científico. En efecto, en medio de tantas certezas ideológicas, poco es lo que hasta ahora funciona. Pero en nombre de la competitividad, el mercado y la eficiencia, el neoliberalismo sigue atropellando lo que encuentra en el camino, incluidos el concepto de región y las teorías relativas a su desarrollo.
Ciudades y territorios del mundo han sido lanzados a una feroz competencia por ser el destino de unos flujos de capital en busca de ganancias rápidas o de gangas en los mercados de trabajo. La autonomía local y regional, así como los procesos de regionalización están, nuevamente, a la orden del día.
Cuando se trata, como en nuestro caso, de la salida del subdesarrollo, de la consolidación de una base productiva moderna y de la eliminación de la pobreza, se requiere, aún más, una dirección nacional unificada, el trabajo mancomunado de las autoridades centrales y locales y el reconocimiento de las regiones.
En la marcha hacia el futuro hay que extraer lecciones del pasado y del presente. A la región no le fue bien con el anterior modelo de desarrollo nacional; tampoco le va bien con la internacionalización de la economía. Y si esto es así, se requiere, entonces, transformaciones profundas. No se trata de reconocer lo evidente; se trata de buscar un nuevo camino, ya que no es posible seguir haciendo la reproducción mecánica de arquetipos que se nos presentan inalterables. Es necesario, para encontrarlo, discutir lo que resulta, hasta ahora, indiscutible.
DIVERSIDAD CULTURAL EN EL CARIBE E INTEGRACIÓN DEL CARIBE, Andrés Bansart
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La integración caribeña se hará a partir de las comunidades
de base o no se realizará nunca.
Hasta ahora, la “integración regional” ha sido una
incorporación de mercados. No tiene nada
que ver con lo que deseamos: una integración de pueblos.
Ponencia presentada en el Coloquio Internacional
La Diversidad Cultural en el Caribe, Casa de las Américas, 26 al 28 de mayo,
organizado por el Centro de Estudios del Caribe
Son centenares los científicos sociales quienes han propuesto definiciones del término cultura. Nosotros mismos, todos, hicimos este ejercicio en diferentes épocas, en distintos espacios y desde diversos puntos de vista. Son miles las definiciones de este término. Desde luego, descartamos aquí las definiciones sobre la cultura individual (el “ser culto”). En este artículo, no nos interesa el ser individual, sino el ser colectivo y la cultura que éste posee, que él va creando y que va evolucionan con él.
En cuanto a la diversidad cultural, describirla y analizarla es una tarea que se dieron numerosos investigadores del Caribe desde hace varias décadas. Lograron resultados muy interesantes. Éstos enriquecieron el conocimiento de la realidad caribeña, condición indispensable para nacer a nosotros mismos, inventarnos, desarrollarnos e integrarnos.
A pesar de todas estas definiciones y estos miles de trabajos, cuando se nos pide redactar un artículo o dictar un curso o participar en un foro, surgen dudas. A menudo, cuestionamos lo que hemos afirmando y escrito antes. Este cuestionamiento nos permite ir avanzando en el conocimiento. Tuvimos esta preocupación realizando la investigación que nos pidió el Centro de Estudios del Caribe de la Casa de las Américas.
Ante todo, queremos repetir algo que muchos observadores de la realidad caribeña hemos afirmado varias veces: la inmensa riqueza de la región en su biodiversidad y su etnodiversidad. Con respecto a la etnodiversidad, lo que, durante cinco siglos, fue causa y consecuencia de dramas humanos, de separaciones, divisiones, fragmentaciones, oposiciones, enfrentamientos, ahora se convierte o puede convertirse en elementos positivos.
Con respecto al concepto de cultura del ser colectivo, nos propusimos dos definiciones para el presente trabajo.
La primera es la siguiente: “Son los rasgos específicos de una colectividad que se expresan a través de su visión del mundo, su cosmología, sus creencias, su organización social, sus sistema de comunicación (lengua y lenguaje), sus costumbres y sus comportamientos”
La segunda definición, que vamos a articular con la anterior, es la siguiente: “La cultura del ser colectivo, es una mezcla de sensibilidad colectiva, de imaginario común, de conocimientos y prácticas comunes, de valores e ideales internos a este ser colectivo”
Cuando hablamos del ser colectivo, nos referimos sobre todo a la comunidad de base, a un grupo humano relativamente reducido que vive en un tiempo preciso y en un mismo espacio, con vínculos bien determinados con su ambiente.
Creemos que la primera definición no presenta ningún problema. Se trata de una definición que se refiere a otras muchas definiciones comúnmente utilizadas por numerosos investigadores sociales de diversas disciplinas científicas.
La segunda es quizás más discutible o podría tal vez provocar más discusión. Es ésta, sobre todo, la que nos va a llevar a hablar de integración caribeña, otra parte del título y el propósito de esta comunicación.
Al sustantivo cultura, que acabamos de definir, agregamos una serie de adjetivos. Esto conducirá a un cierto número de conceptos que relacionaremos entre si. La cultura es (insistimos) “una mezcla de sensibilidad, de imaginario, de conocimientos y de praxis propios al ser colectivo”. Esta cultura del ser colectivo se sitúa en una serie de campos específicos ligados unos con otros.
Así, hablaremos de cultura ecológica, cultura económica, cultura estética, cultura social y cultura política. Podríamos inventar otras locuciones, pero creemos que, con éstas, lograremos llegar a nuestro propósito que consiste en establecer un estrecho vínculo entre la diversidad cultural del Caribe y la integración Caribe.
Cultura ecológica
Empezamos esta locución porque el ambiente es el contexto que rodea al ser colectivo. Es en este contexto donde él a va escribir, en la página blanca del futuro, el texto de la no ic (la polis), donde va a escribir su historia, donde va a dibujar el texto de su Ciudad espiritual y material.
El ser colectivo no es independiente de su ambiente. Forma parte de él. El antropocentrismo hizo que el ambiente fuera considerado como una especie de envoltorio. Por los demás, se utiliza como sinónimo la palabra entorno, como si éste fuera un escenario en el cual el ser humano va actuando.
Cuando se habla de la biodiversidad del Caribe y de su etnodiversidad, ambas se van conjugando en esta ecología. No se trata solamente de tener conciencia de esta biodiversidad (y de la fragilidad de los ecosistemas), o de celebrar la riqueza de la etnodiversidad (a pesar de que ésta provenga de varios siglos de sufrimiento para llegar ahora, por fin, a traducirse en mestizaje y enriquecimiento mutuo), sino de construir una no ic, en función de estas características.
La cultura ecológica es una cultura dinámica en la cual la biodiversidad y la etnodiversidad conjugadas son el verbo del texto colectivo que se va escribiendo. La cultura ecológica es el oyoç, del ser colectivo.
Cultura económica
Por el hecho antropocéntrico de considerar el ambiente como algo independiente del ser humano, éste llegó a la idea de dominación. Y, como el llamado “entorno” está compuesto por un ambiente físico (natural o construido) y por un ambiente humano, es muy fácil resbalar hacia la dominación (tanto dominación de la naturaleza como denominación de los demás seres humanos en un misma y perversa “lógica”).
Por lo tanto, lo que llamaría la “oiko-logía” y la “oiko-nomía” deben relacionarse íntimamente entre si en una perspectiva de desenvolvimiento equilibrado y permanente “equilibrador”, tanto del mismo ser colectivo, como de su ambiente físico y humano.
Si la ecología es el oyoç del ser colectivo es su vo o , el conjunto de normas que él mismo va decidiendo para la producción, el intercambio y el uso de los bienes y servicios que necesita para vivir.
La cultura económica se va moldeando en estas dinámicas de producción, intercambio y utilización. Algunos sectores de la sociedad (desde el nivel local hasta el nivel planetario) tienen una cultura basada en la equidad, mientras que otros la tienen basada en la explotación Se ve, en eso, la estrechísima relación que existe o debería existir entre la cultura ecológica y la cultura económica en el seno de un mismo ser colectivo.
Las dos maneras distintas de relacionar oikología y oikonomia llevan a dos sociedades totalmente diferentes: una sociedad de equilibrio y una sociedad de competencia, una sociedad socialista o una sociedad capitalista. Volveremos a hablar de eso después.
Cultura estética
No estamos hablando de la cultura artística que puede tener o no tener un individuo o un grupo social. Allí, estaría hablando de lo que no queremos mencionar: la cultura como capital. La cultura estética es una capacidad, por parte del ser colectivo, de percibir y desear el equilibrio, la armonía y, por tanto, la equidad.
Esta cultura estética se vincula con las dos otras facetas de la Cultura antes mencionada: la cultura ecológica y la cultura económica. El ser colectivo llega a ser capaz de desear un oikoç (un hogar) estable y seguro que permita construir en él una no iç, una Ciudad, donde haya justicia, concordia y paz.
Lo que llamamos cultura estética tiene mucho que ver con la calidad de vida. La cultura ecológica no se debe confundir con la sola defensa de la naturaleza, como lo promueven ahora muchos “ecologistas”, se trata de buscar el equilibrio entre el ser colectivo y el ambiente natural y humano del cual forma parte. La cultura económica no se confunde con la ciencia económica y la habilidad de manejar una economía. Ambas tienen que ver con esta cultura estética, esta cultura del equilibrio, la armonía y la equidad.
Construir una Ciudad hermosa es desarrollar una sociedad en la cual exista un buen vivir, en la cual el ser colectivo viva en concordancia con los demás seres colectivos, en la cual viva al ritmo de la naturaleza y no la viole para hipotéticos provechos a corto o mediano plazo, en la cual cada ser individual y colectivo logre la mejor calidad de vida posible.
Dijimos que la cultura estética no se debe confundir con la cultura artística. Sin embargo, se desea que esta Ciudad justa y armoniosa sea también bella. Las artes forman parte también de esta cultura estética.
Cultura social
El ser humano es un animal social. La cultura social es, para nosotros, la manera de asumir esta vida en sociedad. Uno puede vivir en sociedad y ser asocial o antisocial. El asocial (alfa privativo) es el que se margina de la sociedad, mientras que el antisocial es el que se opone a la sociedad en la cual le toca vivir e intenta a veces destruirla sin proponer nada para reemplazarla o mejorarla. En cuanto al excluido es el ser individual que algunas sociedad no admiten en su seno.
No se trata de riqueza. Muchos ricos son a-sociales o anti-sociales. No sólo carecen de sensibilidad social sino que no poseen ninguna cultura social. No saben lo que es vivir en sociedad a pesar de que, a veces, son ellos quienes dirigen esta misma sociedad.
Quien dice sociedad supone interrelaciones entre múltiples seres individuales o colectivos, supone convivencia o antagonismo entre éstos. Allí está el Uno y el Otro, el Yo y el próximo, un ego colectivo y los demás seres colectivos. Se trata de ir construyendo juntos una no iç, en la cual cada quien pueda vivir según sus necesidades, ayudando a los demás a realizarse.
La cultura social podría llamarse sociabilidad, es decir, la capacidad más o menos grande de convivir con los demás, escuchar al Otro (que forma parte de su ambiente) y diseñar e implementar con él un proyecto de sociedad.
Cultura política
Utilizando la locución proyecto de sociedad, llegamos a la cultura política. Tener una cultura política no significa ser experto en ciencia política, ni obligatoriamente ser militante político. Tener una cultura política es, ante todo, entender, mediante la reflexión y la vivencia (es decir, la teoría y la praxis) lo que es, debe ser y podría ser la no iç.
Igual que para los cuatro otros aspectos de la Cultura, que ya hemos abordado, se trata de una cultura activa y colectiva. Lo dijimos desde un principio: no se trata de un barniz cultural, de conocimientos individuales, de un capital cultural, sino de una manera colectiva de sentir, reflexionar y vivir.
La cultura política tiene sus raíces en la comunidad de base. Es allí donde nace, se desarrolla y da frutos. No se trata de un marco rígido y estático que paralizaría al ser colectivo. Todo lo contrario. Se trata de dinámicas colectivas creativas y creadoras que permiten al ser colectivo inventarse a si mismo y construir, reconstruir permanentemente la no iç, adaptándose positivamente a su ambiente (incluso si, como en el caso de los huracanes del Caribe, el ambiente físico es a menudo amenazante y destructor).
Es allí, en la comunidad de base, donde se va inventando y practicando la democracia participativa. Esta democracia participativa proviene, crece, se dilata, se multiplica gracias a la cultura política.
En los países que pretenden haber inventado la democracia (y que se enriquecieron y siguen enriqueciéndose explotando la naturaleza y a los demás seres humanos), en estos países que pretenden haber inventado los Derechos Humanos y viven de una economía irrespetuosa de estos mismos derechos, en estos países, falta a menudo la cultura política.
La cultura política se consigue mediante una educación mutua y las vivencias que se dan en las comunidades de base. Nosotros, los trabajadores intelectuales, sólo podemos teorizar al respecto, preguntar a las comunidades de base lo que desean o lo que realizan, y divulgar esta cultura; pero ni la inventamos nosotros, ni desgraciadamente la vivimos tan intensamente como las comunidades de base. Y aquí viene el problema de la integración que es la segunda parte de nuestro propósito.
Integración del Caribe
Tenemos que hablar de integración en dos sentidos: primero, la integración de los cinco elementos de la cultura de la cual nos hemos referido hasta ahora; segundo, la integración como formación de un todo caribeño que respete la diversidad que también hemos mencionado.
La cultura ecológica, la cultura económica, la cultura estética, la cultura social y la cultura política son cinco elementos de una misma Cultura que escribiríamos con una mayúscula. Esta Cultura magna y popular es la que le permite al ser colectivo integrarse (otra vez la palabra integración), integrarse de manera armonioso en el oikoç y, construir una no iç, donde se desarrollen la solidaridad, la equidad y el bienestar.
Esta Cultura con mayúscula es el motor de la integración de la cual vamos a hablar ahora para terminar y concluir.
Tenemos la convicción absoluta de que la integración se hará a partir de las comunidades de base o no se realizará nunca. Hasta ahora, lo que se llamó integración sub-regional o regional fue una incorporación de mercados que beneficiaron a algunos individuos o a ciertos grupos de individuos. No tiene nada que ver con lo que deseamos: una integración de pueblos.
La integración se hace primero en el seno mismo de la colectividad de base. Si no reproduce allí, en el ser colectivo que vive en su oikoç, en su hogar natural y humano, y que necesita construir su propia no iç, su Ciudad de piedra y de alma, si la integración no se produce allí ¿dónde podría producirse?
El ser colectivo es pues el círculo de base de la integración, el motor de la democracia participativa y la semilla del socialismo del siglo XXI. Hablando de Cultura (con mayúscula) habríamos tenido que mencionar otros elementos. Pero no queremos extendernos. Sin embargo, no podemos dejar de hablar aquí de la información y la comunicación.
Dentro de la cultura política, dos aspectos son vitales: por una parte, la capacidad de informarse, criticar la información e intercambiar informaciones y, por otra parte, la capacidad de comunicarse tanto de manera horizontal como vertical. Así, las experiencias de integración y democracia participativa deben transmitirse de un ser colectivo a otro y proyectarse hacia círculos mayores.
De este modo, se irán integrando la aldea, el barrio, la ciudad, las ciudades entre si, la provincia y el país. Se irán integrando las islas entre sí. Se irá integrando el Caribe, desde sus comunidades de base, aprovechando su enorme biodiversidad y su inmensa etnodiversidad, gracias a esta Cultura mayúscula y popular, gracias a su democracia participativa, hacia un socialismo cada vez más vivo y cada vez más enriquecedor.
Falta agregar una palabra más acerca de la diversidad. Ésta se encuentra en la multiplicidad biológica y etnológica del Caribe. Ya lo hemos dicho y hay que repetirlo: ésta es una gran riqueza natural y humana. Frente el pensamiento único, que el Norte quiere imponernos, la diversidad cultural es la defensa más segura que tenemos. Más bien, es un arma poderosa para la contraofensiva.
Pero ¡cuidado con el término diversidad que, en este mismo Caribe, podría prestarse a confusión! Estamos hablando de diversidad cultural. No estamos hablando de diversidad política. La diversidad está en el genio creador y multiplicador de cada ser colectivo, pero la sociedad en su conjunto debe ir en una misma dirección, aprovechando tanto la biodiversidad como la etnodiversidad. La diversidad no puede estar en las diferencias de modelos de sociedad. Luchamos por una sociedad justa, por una economía equitativa, por un mundo de paz, por un ambiente sano, por una democracia participativa.
Allí está el reto de la integración: integrar esta multiplicidad cultural es una misma dirección para el equilibrio ecológico, la equidad económica y la inclusión social.
Web-Bibliografía complementaria
www. ocaribe.org/region/taller_desigualdades_docs.htm
En la página Web del Observatorio del Caribe colombiano, Taller para reducir las desigualdades regionales en Colombia, consultar Documentos y Memorias de los Talleres Departamentales, mayo 4 de 2007, TALLER SOBRE EL DEPARTAMENTO DEL MAGDALENA Y EL MEDIO AMBIENTE PARA EL DESARROLLO DEL CARIBE COLOMBIANO, los siguientes documentos:
- Desarrollo urbano insostenible en Santa Marta, de Luz Helena Díaz Rocca
- Obstáculos al desarrollo del Magdalena, de Jorge Mogollón
- Obstáculos para el desarrollo económico y social del departamento del Magdalena. El Factor Cultura, de Gustavo Castro Guerrero
- El departamento del Magdalena. Situación social y económica, de Julio Romero.
[1] Este es un resumen de algunas de las reflexiones sobre el Caribe colombiano.